Matt Groening, una entrevista de Gary Groth.
(The Comics Journal 141, abril de 1994. Parte 1 de 7.) Parte 1, parte 2.
LIFE IN HELL
Groth: Cuando te mudaste a Los Ángeles en 1977, creo que la ciudad te dio bastante asco.
Groening: Aún no tenía incorporados los filtros suficientes. Me parecía increíblemente espeluznante y pobremente planificada. Nada ha cambiado desde entonces. Incluso puede que haya ido a peor, pero ahora sí que tengo los filtros adecuados para enfrentarme a ella. Soy capaz de mirar más allá de la fealdad de la superficie.
Groth: Creo que nada más llegar, lo primero que intentaste fue conseguir un trabajo en el L.A. Free Press ¿no es cierto?
Groening: Era la única publicación underground con continuidad de la zona, así que me dirigí a su oficina en el Hollywood Boulevard, y nada más entrar me fijé en la recepcionista, que estaba llorando y diciéndose: "No quiero trabajar más para estos bastardos".
En esa época, la revista había sido adquirida por Larry Flint. Lo primero que hicieron fue un gran artículo metiéndose con él, y cuando él se compro un ejemplar a la semana siguiente, habían impreso en primera plana una disculpa. Una semana después Flynt cerró el periódico sin pensárselo. Puede que la cronología de los hechos me haya bailado un poco, pero las verdad es que las cosas ocurrieron en rápida sucesión.
Groth: Sé que después de ese trabajo fallido irías pasando por toda una serie de curros infernales, incluyendo uno como guionista y chófer de un antiguo director de Hollywood de 88 años.
Groening: Respondí a un anuncio del L.A. Times en el que se podía leer: "Se busca guionista y chófer", y el trabajo consistía en pasear en coche por toda la ciudad a un director de películas de Serie B retirado de 88 años, mientras que por las tardes me convertía en el último de una larga serie de "negros" que estaban escribiendo su auto-biografía. Era un trabajo espantoso, pero tan solo lo mantuve durante un par de meses.
Paseábamos de un sitio para otro durante todo el día, en viajes en coche terriblemente largos, y él se sentaba en el asiento trasero y me contaba historias sin importancia del Hollywood de los viejos tiempos. Solíamos detenernos en un Gourmet Chalet para que él se pudiera comprar un filete para la cena que costaba más de lo que yo ganaba en todo el día. Yo pagaba el filete con su tarjeta y él se lo llevaba envuelto en plástico. Por la noche, mientras se lo estaba comiendo, me sentaba en la mesa para echarle un vistazo al manuscrito (medía ya como medio metro), que empezaba a tener una consistencia blandurria. Era terrible. Cuando entrábamos en su apartamento, el "negro" que trabajaba durante el día me miraba de forma culpable y luego se esfumaba intentando evitarme. Yo tenía prohibido hablar con él.
Era una situación muy extraña, parecida a las que aparecen en "Sunset Boulevard" [El Crepúsculo de los Dioses, 1950]. Y sus historias también eran una mezcolanza de cosas. Por ejemplo, confundía a Clark Gable con Stan Laurel y otras cosas parecidas. No hay más que decir que nunca se llegó a publicar el libro.
Groth: ¿Cómo te encontrabas de ánimos según ibas afrontando todas estas miserias laborales? ¿Intentabas buscar otra cosa o esforzaste para que las cosas cambiaran?
Groening: Estaba completamente aturdido sin saber qué hacer. No sabía ni lo que estaba haciendo. Solía dibujar pequeñas historietas que fotocopiaba y grapaba para enviárselas a continuación a mis amigos que vivían en el Pacífico Norte. El nombre de mi comic book era Life in Hell, que por describirlo de alguna forma, era mi reacción al hecho de estar viviendo en Los Ángeles. Estaba muy deprimido, pero ni siquiera lo sabía. Supongo que se podría decir que mi situación era desesperada, excepto que sería mejor describirla como haberse quedado atrapado en un pozo de alquitrán. Vivía cerca de los Pozos LaBrea. Todos los días pasaba por allí.
Groth: Una geografía con mucho simbolismo.
Groening: No sabía qué hacer. Me dije que quizá tuviese más posibilidades metiéndome en televisión o en el mundo del cine, pero no sabía ni cómo empezar. Las murallas de los estudios eran demasiado altas como para poder escalarlas fácilmente, y no sabía como venderme y ni siquiera qué les iba a vender.
Una de las cosas que había aprendido en mi vida era la profesión de periodismo, por lo que en 1979, después de pasar por toda una serie de trabajos de ínfima categoría durante un año y medio, por fin se me presentó una oportunidad cuando empezaron a publicarse al mismo tiempo el L.A. Weekly y Los Angeles Reader. Maqueté el número piloto del L.A. Weekly, y le mostré al editor los cómics que solía hacer. No le impresionaron demasiado. Luego se los enseñé al editor del Reader y a él sí que le gustaron.
Se llamaba James Vowell, y me contrató principalmente como repartidor del periódico, pero luego me nombraron "Director de Operaciones", que significaba que yo era la tercera persona que estaba trabajando en la oficina: los otros dos eran el editor y el editor jefe. Mi trabajo consistía en responder al teléfono, maquetar los anuncios, teclear cualquier cosa que me pidieran y repartir el periódico los jueves. Recogía los periódicos en la imprenta de Glendale, metía los 40.000 ejemplares en la parte trasera de mi coche y conducía por el centro de L.A. hasta Malibú, dejando paquetes de entre 25 y 50 periódicos en tiendas, cafeterías y restaurantes.
Groth: ¿Tenía la línea editorial del L.A. Reader algún rasgo contra-cultural?
Groening: Los Ángeles Reader pertenecía al Chicago Reader, que era el periódico semanal gratuito con más éxito del país. El Chicago Reader marcaba el tono de toda la prensa semanal de noticias alternativa, lo cuál les permitía a sus corresponsales expresar lo que quisieran con vagas correcciones por parte del editor. Existía la idea de que los escritores entusiastas debían poder ocuparse de los temas que más les interesaran. Los escritores estaban tan agradecidos que ni siquiera se daban cuenta de que les pagaban muy poco. Sus artículos se incluían tal cual se escribían, de modo que los anuncios destacaban un montón a su alrededor. Era como una labor asistencial, porque a los anunciantes no les indicaban lo que debían poner en sus anuncios. En realidad, me parece que éramos como una versión enrollada del New Yorker.
En Chicago el periódico funcionaba de perlas, pero Los Ángeles es un universo completamente diferente. La ciudad está llena de gente a la que se solía bombardear con expectativas en mayor medida que al típico lector del Reader, así que a ellos ni siquiera les parecía "hype", porque se asumía que aunque había "hype" en algunos casos, la forma de llevarlo a cabo era bastante incompetente. Nunca mentimos sobre la circulación del periódico, y tampoco solíamos conseguir grandes cifras. Era un periódico sólido, pero de ventas moderadas. Y la solidez es algo que no le interesa mucho a la gente de L.A.
Groth: ¿Simpatizabas con la línea editorial del periódico? ¿Te gustaba trabajar allí?
Groening: Claro. Estuve allí durante cinco sólidos años.
Groth: ¿Y estuvieron editando tu tira durante todo ese tiempo ?
Groening: En 1980, James Vowell me ofreció la oportunidad de incluirla en la parte trasera del periódico. Elegí el formato cuadrado de forma arbitraria y empecé a hacer Life in Hell, la tira de cómic. Me reportaba 25 dólares a la semana. En 1985 conocí en el Reader a mi esposa, Deborah Caplan. Seguimos viéndonos en el trabajo durante años. En esa época, en mi estilo desorganizado habitual, también estaba intentando sindicar mi tira. Creo que llegó a aparecer en cerca de veinte periódicos. Los cheques iban llegando de forma errática, pero en realidad no los tenía demasiado controlados. Una vez se me quedó uno debajo de una pila de papeles y no llegué a cobrarlo nunca. Siempre me pasaban cosas por el estilo. Al mismo tiempo, Lynda Barry también había sindicado su propio material. Los dos decidimos hacer lo mismo sin haberlo hablado entre nosotros antes, y como resultado de compartir nuestras miserias, nos convertimos en grandes amigos a pesar de la distancia.
Por otra parte, conocí a Deborah y fue ella la que se ocupó de sindicar mi material. La animé para que dejase su trabajo, que la estaba volviendo loca, y que empezase a vender anuncios publicitarios y a ejercer de representante de mi material. Y lo hizo. Fue entonces cuando la suerte empezó a sonreírnos.
Convirtió esa pequeña tira semanal en un negocio llamado la Empresa Life in Hell. Después de un tiempo se convirtió en algo enorme. Ahora hemos licenciado algunas camisetas y otras cosas, pero por supuesto, al lado de los Simpsons, Life in Hell parece una gota en el Océano.
(Continuará)
(The Comics Journal 141, abril de 1994. Parte 1 de 7.) Parte 1, parte 2.
LIFE IN HELL
Groth: Cuando te mudaste a Los Ángeles en 1977, creo que la ciudad te dio bastante asco.
Groening: Aún no tenía incorporados los filtros suficientes. Me parecía increíblemente espeluznante y pobremente planificada. Nada ha cambiado desde entonces. Incluso puede que haya ido a peor, pero ahora sí que tengo los filtros adecuados para enfrentarme a ella. Soy capaz de mirar más allá de la fealdad de la superficie.
Groth: Creo que nada más llegar, lo primero que intentaste fue conseguir un trabajo en el L.A. Free Press ¿no es cierto?
Groening: Era la única publicación underground con continuidad de la zona, así que me dirigí a su oficina en el Hollywood Boulevard, y nada más entrar me fijé en la recepcionista, que estaba llorando y diciéndose: "No quiero trabajar más para estos bastardos".
En esa época, la revista había sido adquirida por Larry Flint. Lo primero que hicieron fue un gran artículo metiéndose con él, y cuando él se compro un ejemplar a la semana siguiente, habían impreso en primera plana una disculpa. Una semana después Flynt cerró el periódico sin pensárselo. Puede que la cronología de los hechos me haya bailado un poco, pero las verdad es que las cosas ocurrieron en rápida sucesión.
Groth: Sé que después de ese trabajo fallido irías pasando por toda una serie de curros infernales, incluyendo uno como guionista y chófer de un antiguo director de Hollywood de 88 años.
Groening: Respondí a un anuncio del L.A. Times en el que se podía leer: "Se busca guionista y chófer", y el trabajo consistía en pasear en coche por toda la ciudad a un director de películas de Serie B retirado de 88 años, mientras que por las tardes me convertía en el último de una larga serie de "negros" que estaban escribiendo su auto-biografía. Era un trabajo espantoso, pero tan solo lo mantuve durante un par de meses.
Paseábamos de un sitio para otro durante todo el día, en viajes en coche terriblemente largos, y él se sentaba en el asiento trasero y me contaba historias sin importancia del Hollywood de los viejos tiempos. Solíamos detenernos en un Gourmet Chalet para que él se pudiera comprar un filete para la cena que costaba más de lo que yo ganaba en todo el día. Yo pagaba el filete con su tarjeta y él se lo llevaba envuelto en plástico. Por la noche, mientras se lo estaba comiendo, me sentaba en la mesa para echarle un vistazo al manuscrito (medía ya como medio metro), que empezaba a tener una consistencia blandurria. Era terrible. Cuando entrábamos en su apartamento, el "negro" que trabajaba durante el día me miraba de forma culpable y luego se esfumaba intentando evitarme. Yo tenía prohibido hablar con él.
Era una situación muy extraña, parecida a las que aparecen en "Sunset Boulevard" [El Crepúsculo de los Dioses, 1950]. Y sus historias también eran una mezcolanza de cosas. Por ejemplo, confundía a Clark Gable con Stan Laurel y otras cosas parecidas. No hay más que decir que nunca se llegó a publicar el libro.
Groth: ¿Cómo te encontrabas de ánimos según ibas afrontando todas estas miserias laborales? ¿Intentabas buscar otra cosa o esforzaste para que las cosas cambiaran?
Groening: Estaba completamente aturdido sin saber qué hacer. No sabía ni lo que estaba haciendo. Solía dibujar pequeñas historietas que fotocopiaba y grapaba para enviárselas a continuación a mis amigos que vivían en el Pacífico Norte. El nombre de mi comic book era Life in Hell, que por describirlo de alguna forma, era mi reacción al hecho de estar viviendo en Los Ángeles. Estaba muy deprimido, pero ni siquiera lo sabía. Supongo que se podría decir que mi situación era desesperada, excepto que sería mejor describirla como haberse quedado atrapado en un pozo de alquitrán. Vivía cerca de los Pozos LaBrea. Todos los días pasaba por allí.
Groth: Una geografía con mucho simbolismo.
Groening: No sabía qué hacer. Me dije que quizá tuviese más posibilidades metiéndome en televisión o en el mundo del cine, pero no sabía ni cómo empezar. Las murallas de los estudios eran demasiado altas como para poder escalarlas fácilmente, y no sabía como venderme y ni siquiera qué les iba a vender.
Una de las cosas que había aprendido en mi vida era la profesión de periodismo, por lo que en 1979, después de pasar por toda una serie de trabajos de ínfima categoría durante un año y medio, por fin se me presentó una oportunidad cuando empezaron a publicarse al mismo tiempo el L.A. Weekly y Los Angeles Reader. Maqueté el número piloto del L.A. Weekly, y le mostré al editor los cómics que solía hacer. No le impresionaron demasiado. Luego se los enseñé al editor del Reader y a él sí que le gustaron.
Se llamaba James Vowell, y me contrató principalmente como repartidor del periódico, pero luego me nombraron "Director de Operaciones", que significaba que yo era la tercera persona que estaba trabajando en la oficina: los otros dos eran el editor y el editor jefe. Mi trabajo consistía en responder al teléfono, maquetar los anuncios, teclear cualquier cosa que me pidieran y repartir el periódico los jueves. Recogía los periódicos en la imprenta de Glendale, metía los 40.000 ejemplares en la parte trasera de mi coche y conducía por el centro de L.A. hasta Malibú, dejando paquetes de entre 25 y 50 periódicos en tiendas, cafeterías y restaurantes.
Groth: ¿Tenía la línea editorial del L.A. Reader algún rasgo contra-cultural?
Groening: Los Ángeles Reader pertenecía al Chicago Reader, que era el periódico semanal gratuito con más éxito del país. El Chicago Reader marcaba el tono de toda la prensa semanal de noticias alternativa, lo cuál les permitía a sus corresponsales expresar lo que quisieran con vagas correcciones por parte del editor. Existía la idea de que los escritores entusiastas debían poder ocuparse de los temas que más les interesaran. Los escritores estaban tan agradecidos que ni siquiera se daban cuenta de que les pagaban muy poco. Sus artículos se incluían tal cual se escribían, de modo que los anuncios destacaban un montón a su alrededor. Era como una labor asistencial, porque a los anunciantes no les indicaban lo que debían poner en sus anuncios. En realidad, me parece que éramos como una versión enrollada del New Yorker.
En Chicago el periódico funcionaba de perlas, pero Los Ángeles es un universo completamente diferente. La ciudad está llena de gente a la que se solía bombardear con expectativas en mayor medida que al típico lector del Reader, así que a ellos ni siquiera les parecía "hype", porque se asumía que aunque había "hype" en algunos casos, la forma de llevarlo a cabo era bastante incompetente. Nunca mentimos sobre la circulación del periódico, y tampoco solíamos conseguir grandes cifras. Era un periódico sólido, pero de ventas moderadas. Y la solidez es algo que no le interesa mucho a la gente de L.A.
Groth: ¿Simpatizabas con la línea editorial del periódico? ¿Te gustaba trabajar allí?
Groening: Claro. Estuve allí durante cinco sólidos años.
Groth: ¿Y estuvieron editando tu tira durante todo ese tiempo ?
Groening: En 1980, James Vowell me ofreció la oportunidad de incluirla en la parte trasera del periódico. Elegí el formato cuadrado de forma arbitraria y empecé a hacer Life in Hell, la tira de cómic. Me reportaba 25 dólares a la semana. En 1985 conocí en el Reader a mi esposa, Deborah Caplan. Seguimos viéndonos en el trabajo durante años. En esa época, en mi estilo desorganizado habitual, también estaba intentando sindicar mi tira. Creo que llegó a aparecer en cerca de veinte periódicos. Los cheques iban llegando de forma errática, pero en realidad no los tenía demasiado controlados. Una vez se me quedó uno debajo de una pila de papeles y no llegué a cobrarlo nunca. Siempre me pasaban cosas por el estilo. Al mismo tiempo, Lynda Barry también había sindicado su propio material. Los dos decidimos hacer lo mismo sin haberlo hablado entre nosotros antes, y como resultado de compartir nuestras miserias, nos convertimos en grandes amigos a pesar de la distancia.
Por otra parte, conocí a Deborah y fue ella la que se ocupó de sindicar mi material. La animé para que dejase su trabajo, que la estaba volviendo loca, y que empezase a vender anuncios publicitarios y a ejercer de representante de mi material. Y lo hizo. Fue entonces cuando la suerte empezó a sonreírnos.
Convirtió esa pequeña tira semanal en un negocio llamado la Empresa Life in Hell. Después de un tiempo se convirtió en algo enorme. Ahora hemos licenciado algunas camisetas y otras cosas, pero por supuesto, al lado de los Simpsons, Life in Hell parece una gota en el Océano.
(Continuará)